El pelirrojo se había quedado dormido en el piso de su habitación, dejándole su cama a la nuker esa noche, la cual había reacomodado en el piso de su habitación, donde solía estar antes.
Por más que ella insistió, y por más lógico que pareciera, simplemente no pudo dormir en la otra cama. No pudo.
La cama de Sebastyan seguía intacta, perfecta y pulcra. Era el único punto en ese campo de batalla que no había sido arrasado por el huracán de su desesperación...
Lentamente Hazel abrió los ojos, despertando una vez más esa noche de su interrumpido sueño. Su mirada ojerosa se levantó un poco para ver si aún era de noche. Todo estaba obscuro. Sus sueños estaban plagados de memorias de su infancia, algunas reales, algunas otras tal vez no, pero todas queriendo remontarlo a tiempos felices, tiempos en los que las mentiras disfrazaban todo y lo dejaban sonreir aún. Pero todo siempre se cubría de nubes negras. El tierno rostro sonriente enmarcado por rubios cabellos siempre se volvía una cara fría sin emociones y de orejas largas, mientras que las voces de todos lo culpaban incesantemente de haber matado a Gustav. La voz de su amigo retumbaba una y otra vez, alentándolo a seguir adelante, diciéndole que tenía que vengarlo, pero Naami, Rhia, Noah, todos le decían que no lo lograría. Que estaba mejor muerto.
Finalmente esa flecha atravesaba su espalda directo en el corazón.
Y luego despertaba. Había tenido tantas veces ese sueño durante esos días que ya ni siquiera lo hacía sobresaltado, simplemente despertaba, salía de su letárgico sueño.
Cuando sus ojos se abrieron, posó la mirada sobre la cama vacía.
El pequeño duende de peluche aún estaba ahí, sobre la almohada.
Un hueco enorme se formó en su estómago al recordar el día que se lo dio, toda esa semana. Después de siete años de vivir inmerso en una mentira, de pasar día a día conviviendo con lo que más odiaba en ese mundo, durmiendo en el mismo cuarto, respirando el mismo aire, tocando su piel, saboreando su saliva... tenía que sentir furia, odio, rencor, desprecio desmedido...
Por qué era que no podía? Por qué sólo sentía una tristeza que parecía agonía?
Después de largos minutos de quedarse en la misma posición, sin poder quitarle los ojos de encima al duende y a la cama, finalmente se armó de valor. Finalmente empezó a arrastrarse con lentitud hacia el que una vez fue el lecho de Sebastyan. Intentando no hacer ruido para no despertar a Naami, el pelirrojo se acerca a la cama, quedándose hincado de rodillas frente a ella. Con recelo, su mano izquierda empieza a levantarse, acercándola a las colchas lentamente, y finalmente empieza a rosar su palma con la fina tela.
Empezó a acariciar la cama, recordando lo precioso que era todo para él.
Por qué le había mentido? Y por qué, aún después de eso que él quería llamar traición, sentía que lo necesitaba tanto? En ese momento más que nunca.
Ya no pudo contener más esa pantalla. El pelirrojo se derrumbó sobre las cobijas de color violeta, y pudo sentir una vez más esa aroma que lo había empezado a volver loco. Una lágrima corrió por su mejilla hasta derramarse en la tela, y luego empezó a continuar su camino, arrastrándose de rodillas, hasta poder alcanzar el pequeño peluche con su mano humana. Lo apretó contra su pecho un poco.
Y en ese momento se dio cuenta de que eso era lo único que le quedaba. Que, traición o no traición, se había ido. Y sabía que nada ni nadie iba a poder llenar ese hueco. Quiso gritar, quiso dejar salir todo, pero no, ya no valía la pena.
Tenía que seguir.
Volvió a dejar el pequeño duendecillo en su lugar, y trastabillando un poco se dejó ir de espaldas a la pared más cercana a la cama del rubio. Elevó el rostro al techo para intentar calmarse, y dejó salir un suspiro.
Y a pesar de todo, lo único en lo que podía pensar era "Vuelve..."