Limpiando Asperezas (Priv Rhia - Hazel - Sebs)

Se despertó sobresaltada por alguna razón esa mañana, mirando a todos lados y quitándose el cabello del rostro con algo de dificultad. Notó que había sudado durante la noche y lanzó a un lado la manta para meter de inmediato los pies en las pantuflas. ¡Qué frío! Se frotó las manos, calentándolas con un poco de mana blanco y mirando su mesa de noche. Sobre ella había dos anillos con el mismo diseño, aunque uno más pequeño y fino que el otro. Cogió ese y le puso un pequeño collar que tenía guardado en un cajón, colgándoselo al cuello y luego sujetando el otro en una mano que poco a poco se convirtió en puño bajo su propia mirada. Suspiró lentamente y miró la cama cerca de la suya. Sobre ella yacía la misma niña pelirroja de siempre. No había vuelto a casa en vacaciones, suponía, pues desde que Rhia hubo regresado, la otra había estado ahí.

Se mordió el labio inferior y caminó a su cajón de ropa para buscar algo qué ponerse. El camisón largo y cálido que llevaba era cómodo y le gustaba. Pero ya era hora de salir y ponerse al día. Sacó un cambio de ropa interior limpia cuando un sonido la hizo buscar al dueño en la habitación. Sin embargo reaccionó cuando el sonido se volvió insistente. Se subió a la cama para dar un salto directo a la puerta y abrió rápido, mirando hacia atrás para asegurarse que el sonido no hubiese despertado a la pequeña pelirroja. – Ah, perdona. ¿Qué nece…? – Y sus ojos cambiaron a una expresión seria y algo perturbada. ¿Qué…?  – Hazel. – Dijo bajito. Ni siquiera había sido consciente de que lo había llamado por su nombre y no por el apodo por el que le hablaba desde hacía años.

Se tensó un poco. – Te invitaría dentro, pero mi hermana de habitación está durmiendo. – Salió discretamente, algo avergonzada por vestir en camisón de pijama todavía, pero no quería hacerle ruido a la pequeña y quería saber por qué Hazel se había acercado hasta su habitación. Debía ser importante o habría esperado a verla entre clases. Pero no importaba, ella también quería hablar con él.

Un extraño remolino se instaló en el interior de su cuerpo cuando el pelirrojo comenzó a hablar. Eran tantas las emociones que le provocaba el simple hecho de tenerlo enfrente que no habría podido describirlas todas. Sin embargo el tono de voz de él le hizo saber que algo no andaba bien, por lo que se mantuvo expectante, en silencio. Trató de no instalar la mirada en el rostro ajeno, pero le era imposible. Su mente volvía al día en que se habían besado, en el rostro de Hazel en ese momento. Y luego llegaban una lluvia de imágenes que había observado de reojo de ese mismo chico muriendo por dentro de mil maneras, después de la desgracia en Little Monsters y la partida de Sebastyan. Sin embargo ella luchaba por controlarse. Inconscientemente llevó la mano al pecho para apretar el anillo que colgaba de su cuello. Esperaba que él no lo hubiese visto, esperaba realmente que…

¿Sebasyan había vuelto? Algo se rompió en su interior. Sus ojos se abrieron grandes y mientras él continuaba, ella sentía como si un líquido ardiente y dañino escapase de eso que se rompió y la lastimara por dentro. Apretó los labios con una expresión tensa y asintió dos veces. – Tomaré mi abrigo. – Murmuró bajito antes de entrar de nuevo y cerrar la puerta a su espalda. Cerró los ojos con fuerza y apretó el anillo que no había soltado. Una mueca se dibujó en su rostro y se llevó la otra mano a la boca para que no se escuchase el gemido que escapó de sus labios cuando comenzó a llorar. Apretó más los párpados y se dejó caer lentamente, aun recargada ahí.

¿Qué le pasaba? ¡Estaba siendo tan egoísta! Sabía perfectamente que eso pasaría algún día. Hacía mucho que había aceptado que había perdido a Hazel para siempre y se había prometido a sí misma enamorarse de Dalerick y tener una vida junto a él al terminar el Instituto. ¡Qué egoísta! Era demasiado egoísta sufrir por saber que Sebastyan volvía. Se talló los ojos furiosamente y se puso de pie para caminar hacia el baño. En el camino su camisón se salió sólo y ropa limpia comenzó a viajar a su cuerpo por sí sola. Al llegar al espejo estaba vestida y con abrigo. Su cabello comenzó a trenzarse y cerrando los ojos generó una capa de mana que se volvió una especie de maquillaje para ocultar que había llorado. Apretó los labios y abriendo los ojos lanzó una mirada a esa chica fresca que tenía enfrente.

Se acomodó un mechón que se salía de la larga trenza y comenzó a caminar hacia la salida, cogiendo en el camino el anillo y metiéndolo al bolso de su abrigo beige. Se escondió el collar bajo la blusa blanca y abrió la puerta de nuevo. – Lista. – Dijo con una amplia sonrisa, sin mirar a los ojos, cerrando la puerta y adelantándosele para caminar hacia la enfermería. No quería mirarlo o se rompería más. No quería que él viese su expresión falsa de “todo está bien”, tampoco.